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Es imposible imaginar una ubicación mejor: en la colina de Santa Maddalena, en la soleada ladera orientada al sur, rodeado de viñedos y con una vista inigualable de la cuenca de Bolzano: así es el Eberlehof, una de las antiguas granjas que salpican esta zona, que se encuentra a poco más de un kilómetro del centro de Bolzano, y a la que también se puede llegar fácilmente a pie, si no te importa andar un poco.

El Eberlehof se menciona en documentos muy antiguos, incluso en 1312; hay siglos de tradición detrás de la gestión actual. ¿Qué significa para usted y su familia dirigir una granja tan antigua?

Ante todo, es un gran honor poder continuar la labor de tantas generaciones anteriores. Lo considero una gran fortuna, aunque detrás del aspecto idílico del lugar que tanto impresiona a los visitantes se esconda mucho trabajo, compromiso y dedicación. Un honor, pero sin duda también una gran responsabilidad: la de continuar una tradición tan importante, preservarla en el tiempo adaptándose a las necesidades de los tiempos modernos, y transmitirla a la siguiente generación. Con mucho compromiso, día tras día.

Dirigir una granja significa vivir y trabajar siempre en familia: ¿cómo consigue mantener la armonía y el equilibrio en este contexto?

Funciona, como siempre ha funcionado: cada uno tiene sus habilidades y conocimientos específicos; por ejemplo, yo hago más de filtro, mi hijo hace más de análisis, pero nos relevamos y ayudamos mutuamente cuando es necesario. Por supuesto, cada uno tenemos nuestras propias habilidades, pero nos complementamos muy bien. A veces pueden surgir pequeños contrastes, por ejemplo, entre la experiencia y el deseo de innovación, pero al final siempre encontramos la manera de equilibrar las distintas inquietudes y hacer que todo funcione lo mejor posible.

La estrella indiscutible del Eberlehof es el viñedo. ¿Cuál es su primer recuerdo del viñedo y del trabajo en él?

Disponemos de 3 hectáreas de viñedo alrededor de la explotación, lo que ahora es bastante raro. Siempre hay algo que hacer en el viñedo, prácticamente todo el año, por lo que la vida siempre ha transcurrido principalmente entre las viñas. Cuando era niño, mis padres me metían en una cesta de mimbre y me llevaban con ellos al viñedo; mis primeros recuerdos son de juegos. Y es jugando como empiezas a ayudar, en la medida de tus posibilidades, y nosotros hicimos lo mismo con nuestros hijos. Después de todo, ¿dónde se puede encontrar un parque infantil más bello y natural que éste?

Por lo tanto, su explotación siempre ha producido principalmente vino.

Antes, las granjas tenían un poco de todo, animales de corral, diferentes cultivos... todo lo necesario para vivir de forma independiente. Sin embargo, aquí siempre ha predominado la vid; la ubicación y el suelo son ideales. Por eso, con el tiempo se ha desarrollado cada vez más. Tenemos uvas rojas, con las que producimos el principal vino de la colina, el Santa Magdalena Classico DOC, pero también el Lagrein y el Merlot. Con la variedad de uva blanca Blaterle, en cambio, producimos un vino blanco fresco. Magdalena, Lagrein y Blaterle son variedades autóctonas del Tirol del Sur. En total, producimos unas 30.000 botellas al año de nuestros viñedos.

¿Cómo han cambiado la producción y el mercado del vino en las últimas décadas?

Sin duda, ha cambiado hacia una mayor calidad, en detrimento de la cantidad. La técnica y los procesos en la bodega han evolucionado de forma natural, y el consumidor de hoy también está informado y es exigente, busca vinos de calidad, y nosotros nos centramos en eso. Somos muchos "pequeños" productores, necesariamente tenemos que trabajar juntos para promocionar nuestros productos, que difieren de una finca a otra. Antes esto no era necesario, producíamos lo que necesitábamos, cada uno más por su cuenta.

Por eso es importante la comunicación, el diálogo con el consumidor.

Para mí es esencial. Y en esto también nos ayudan mucho la oficina de turismo y los eventos que ofrece la ciudad, que siempre son muy agradables y muy útiles, como Calici di Stelle (copas bajo las estrellas) y el Salón del Vino de Bolzano. Es esencial conocer a los consumidores, explicarles los productos y luego traerlos aquí, a la finca, donde ofrecemos visitas guiadas semanales, y todo el mundo queda fascinado por el lugar, las antiguas bodegas y, sobre todo, por nuestros vinos, que pueden catar. A los jóvenes, en particular, les interesa saber qué hay detrás de la copa de vino que prueban. Hay un interés creciente entre las generaciones más jóvenes, y en esto también veo un poco mi tarea, la de transmitir conocimientos sobre el vino, pero también sobre otros aspectos de nuestra región, la historia y la cultura del Tirol del Sur.

Imagino que los visitantes también quedan encantados con las numerosas obras de arte expuestas en las bodegas, pertenecientes a diferentes artistas y épocas. ¿De dónde proceden?

Coleccionar obras de arte ha sido siempre una pasión de mi padre, Horst, que con el tiempo las fue comprando a particulares y artistas locales, como Peter Fellin, Robert Spiss y otros. Yo también he tenido la suerte de conocer a algunos de ellos, así que para mí ver cuadros y esculturas expuestos en la granja y en las bodegas donde se elaboran los vinos siempre me ha parecido algo normal, y se ha convertido en una pasión.

¿Qué le apetece decir a las generaciones futuras, a los hijos y nietos que continuarán la tradición centenaria de Eberlehof?

Ante todo, hay que mantener, preservar lo que hay. Pero la tradición no debe ser una limitación, siempre hay que intentar mejorar, estar abierto a lo nuevo y mirar hacia el futuro. Sin parar nunca.

www.weingut-eberlehof.it